El coronavirus ha existido en el medio natural desde mucho antes que nosotros supiéramos de su existencia, ha llegado a nuestras vidas para quedarse, la mayoría de las personas creen que está generando un caos en la especie humana porque está perturbando la “normalidad”, normalidad que nos condujo a donde estamos ahora, normalidad que deshumaniza a las personas, que choca con su modo de vida y su statu quo, normalidad que está “perturbando” hasta la parte emocional del ser humano, perturbando a lo que ya estaba perturbado, porque en las últimas décadas ha vivido a espaldas de su verdadera naturaleza. La pérdida de contacto de los seres humanos con la naturaleza y una forma de vida que daña profundamente al ambiente condujeron a esta crisis en la salud de la humanidad. 

Particularmente no creo que esté generando un caos, sino más bien nos está ayudando en el intento de que la naturaleza vuelva al equilibrio que hemos perdido, es cierto que está siendo muy doloroso, que está generando mucho sufrimiento, hay demasiadas pérdidas humanas, todos los días tenemos noticias de familiares, amigos y amigas, gente de las comunidades con las que trabajamos, que están pasando momentos críticos, y en la mayoría de casos están despidiéndose a la distancia de sus muertos sin la valiosa costumbre de acompañarlos a su última morada; pero tenemos que entender de que el coronavirus no es el enemigo, no es un castigo divino, ni nada que tenga que ver con nuestras diversas espiritualidades, aunque a veces sea más fácil encontrar explicación por ese lado. 

La realidad es que es la consecuencia de nuestros actos, ya que como seres humanos en el planeta no hemos sabido mantener una coexistencia armónica con la naturaleza, la soberbia de creernos superiores nos ha ganado. Socialmente, ha desnudado la pobreza del sistema actual, donde la corrupción ocupa el primer puesto, seguido de las fallas en el sistema educativo, donde los que ostentan el poder insisten en mantener a la mayoría en la ignorancia para lograr manipularnos a su antojo, así como la precariedad del sistema de salud. Económicamente ha puesto en evidencia que el crecimiento que tanto orgullo nos causaba era ficticio, porque solo favorecía a un grupo privilegiado, visibilizando las brechas de los invisibles que son la mayoría y agravándose con la informalidad.

No podemos cerrar los ojos, la crisis sanitaria actual es el resultado de una crisis de valores, de una crisis climática y de una crisis ambiental que viene desde años atrás, porque los virus son organismos que son parte de esta naturaleza, que conviven con nosotros, esta naturaleza que no gira alrededor nuestro, sino que somos parte de ella. Este olvido, cargado además de conductas que han causado su destrucción es la que nos está pasando la factura ahora, todos conocemos el dicho que dice que uno cosecha lo que siembra, pues hemos sembrado destrucción y estamos cosechando muerte. 

Este virus va a estar siempre, con la ventaja de que cuenta con una alta adaptación a los cambios, es sumamente resistente, es uno de los organismos más resilientes, por eso cuando cambian los hábitats (bosques y otros ecosistemas naturales) de sus hospederos (en este caso mamíferos menores como los murciélagos), pues mutan y terminan buscando otros hospederos, especies que presenten excelentes condiciones para poder reproducirse, y esas condiciones las presentamos los seres humanos que en el sector urbano vivimos en espacios reducidos, en ciudades que dan la espalda a sus lomas, explotan a sus mares, contaminan y secan sus ríos y además en la mayoría de casos insalubres, carnada fácil para este virus; el sector rural también está expuesto porque los modelos agropecuarios convencionales propician el uso de insumos químicos, perdiendo la fertilidad del suelo, el cambio de uso de suelo por deforestación para instalar monocultivos, generando erosión y pérdida de biodiversidad; en resumen la demanda de alimentos, principalmente de las ciudades, es una de las causas principales de esta pandemia.

También existe la percepción de que el COVID-19 está generando una recuperación del ambiente y de su dinámica natural, nos sorprendemos y alegramos porque vemos por las noticias, o en las calles vacías, animales silvestres que ni sabíamos que existían, pero no nos hemos puesto a pensar que siempre estuvieron, que antes de nuestra llegada era su casa, su hábitat natural que nosotros transformamos, que nosotros invadimos. Estamos felices contando el beneficio ambiental de nuestro aislamiento social obligatorio, aplaudimos de manera triunfalista la reducción de las emisiones, la recuperación de la capa de ozono, la disminución de la contaminación, vemos ríos cristalinos con asombro donde antes había solo basura, nuestra basura. 

Hay que alegrarnos sí, pero el mensaje debe de profundizarse más, lo que está pasando es una contención, el virus nos mantiene encerrados, el virus ha frenado el consumo excesivo de cosas innecesarias, esas de las que eran de usar y desechar, el virus está poniendo en jaque mate un modelo económico abusivo, donde la acumulación y el tener es lo que primaba, olvidándonos de que lo más importante en la vida es el SER; pero no podemos ni debemos atribuirnos esos logros, que ni las centenas de acuerdos en las COP (conferencias mundiales) del clima y de la biodiversidad que han firmado los países con compromisos tibios, lo han logrando; debemos ser conscientes que esto es y será temporal hasta que pase el miedo y las restricciones, si es que no asumimos los desafíos para un cambio real.

La esperanza la hemos puesto en la ciencia (lo cual está bien y parte del reto es invertir más en la investigación) con el descubrimiento de una vacuna, eso seguramente ayudará con el actual COVID-19, pero si no cambiamos de patrones y conductas pues seguiremos siendo vulnerables para otros virus que en el futuro no tan lejano puedan aparecer, porque si lo que estamos viviendo por el virus no nos genera un cambio de actitud y estilos de vida, pues regresaremos a lo mismo e incluso a peores e irreversibles escenarios.

Pues si nosotros y nosotras somos el problema, pues también podemos ser parte de la solución, entendiendo primero cuál es nuestro rol y nuestra función en nuestra casa común, no hay que ser intelectuales para comprenderlo, porque incluso en textos antiguos como el génesis ya se escribía al respecto: “cuando termina la creación, Dios le dice al hombre y a la mujer, ahí está la tierra para que la labren (usen) y para que la guarden (conserven)”; ¿qué significa eso? pues el principio más primitivo de la sostenibilidad desde la cultura occidental; ya en las culturas indígenas tenemos muchas más que nos ayudan a entender a punta de experiencia viva y mucha observación las dinámicas naturales, que no es otra cosa que usar bien ahora y conservar para los que vienen, concepto de desarrollo sostenible simplificado, aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social.

Por eso creo que es el momento propicio para replantearnos cómo queremos vivir, y comenzar a repensar nuestro futuro como especie integral de este planeta, sobre todo pensar en las poblaciones más vulnerables, con el objetivo de cambiar ese círculo vicioso que han generado los modelos económicos convencionales y competitivos, nuestros hábitos de consumo y la visión antropocéntrica, para vernos como parte de un todo y construir colaborativamente un circulo virtuoso donde nos veamos como parte del medio natural, donde todo, absolutamente todo, está presente en él, porque tiene un rol que cumplir, por un motivo, por una razón; incluso los virus, que en la mayoría de casos son controladores biológicos, al igual que muchas de las bacterias.

La humanidad siempre ha dependido de la naturaleza para lo elemental, como adquirir energía, alimento, medicina; los y las que tenemos el privilegio de convivir con el bosque tan cerca, como nuestro medio de vida, de contar con recursos naturales que nos proveen de alimentos, de medicinas, tenemos una relación absolutamente íntima con la naturaleza; ya que ella nos proporciona bienes y servicios ecosistémicos que son fundamentales para nuestro buen vivir, ella nos proporciona todo lo que necesitamos, ella es la que nos permite la coexistencia con todos los demás organismos.

La conservación y la protección de la naturaleza debe dejar de ser un acto poético o de unos locos y unas locas que estamos en contra del desarrollo, debe pasar a ser una prioridad de las naciones, ahora es una necesidad, y esta debe ser convocante e incluyente, donde todas y todos nos involucremos, ya que en este proceso de recuperar nuestra vida no sobra nadie.

Estamos hablando de la supervivencia de la especie humana en este planeta, si queremos eso, debemos de cambiar nuestros hábitos, y los modelos económicos que tan dependientes nos han hecho y que han aumentado las brechas, debemos aprovechar la corriente de solidaridad y de empatía que se ha manifestado en esta difícil coyuntura, tenemos que comenzar a generar economías solidarias, locales, y estas acciones inmediatas no se pueden quedar en acciones a corto plazo y luego desear regresar a la “normalidad”, tenemos que comenzar a cambiar, recuperar nuestra esencia y nuestra armonía con la naturaleza. Los grandes ganadores debemos ser todos los seres vivos, y después de este dolor es fundamental que nos comprometamos en el “hoy”, a asumir responsabilidades desde ahora, no para el futuro, porque el dejar para mañana lo que se puede hacer hoy también ha sido parte de esa “normalidad” que debemos desterrar.

La ruralidad también necesita trabajo, apostar por lograr la soberanía alimentaria, los modelos actuales son modelos externos basados en producción agropecuaria de monocultivos de especies no nativas, destruyendo ecosistemas sumamente ricos. Nos hemos esforzado mucho en demostrar en el cómo podemos recuperar los servicios ecosistémicos y existen dos caminos: el primero está en re (volver) conocer que los bosques y otros ecosistemas son productores naturales de alimentos sostenibles diversificados, así como de medicinas, dando prioridad a la investigación para el uso de las comunidades locales, y luego trabajar con mercados especializados en estacionalidades y pequeños volúmenes o grandes volúmenes con productos diversificados, priorizando los mercados locales, con la convicción de que el bosque en pie genera mas riqueza que las actividades convencionales, y que la naturaleza es nuestro mayor activo y la conservación nuestra mejor inversión; y segundo, donde ya existen cadenas de valor instaladas, ver como reconvertir, estabilizar y mejorar los sistemas productivos. 

Ya no podemos darnos el lujo de ampliar nuestra frontera agrícola, ¿cómo estabilizamos y capitalizamos a estos agricultores?, pues caminos hay varios y uno de ellos es el enfoque de la economía circular, donde buscamos aprovechar integralmente todo, todo tiene un valor, nada se desperdicia. Para lograrlo tenemos retos adicionales, como la educación e investigación (no es posible que en algunas regiones amazónicas no existan facultades de biología o forestal cuando el verdadero potencial es su biodiversidad y sus bosques), la que debe de darse sobre la base del potencial de la diversidad de los territorios (no somos un territorio homogéneo, las respuestas deben de buscarse según las particularidades de cada uno de ellos). La buena noticia es que no empezamos de cero, existen herramientas de gestión del territorio que nos definen qué hacer, dónde hacer y cómo hacer, tenemos que ser creativos e innovar sin temor, tenemos que atrevernos a salir del molde convencional.

¿Será eso posible?, claro que si. Yo nací en el seno de una familia rural, pero nunca nos vimos como pobres, aceptábamos la riqueza de una manera tan natural, porque lo teníamos absolutamente todo para estar bien alimentados y sanos, la tierra, los bosques, las quebradas nos lo proveían. Debe ser por eso que tengo las convicciones fuertes de que sí podemos generar cambios, más aún cuando no hemos llegado al punto del no retorno, tenemos una oportunidad maravillosa que no debemos desperdiciar, pero el cambio debe ocurrir con la misma velocidad con la que el virus se apropió de nuestras vidas, ya sabemos que es cuestión de supervivencia, por lo que nuestro sentido de urgencia debe ser mayor, y nuestra acción con conocimiento y conocimiento existe y debe ser aplicada.

La respuesta y la posibilidad de mejorar nuestra calidad de vida está en nuestras manos. Balance, equilibrio, armonía, reciprocidad, reconciliación con nosotros mismos, nuestra esencia que está en lo natural, con nuestra humanidad, con nuestra comunidad y especialmente con nuestra casa común. Confío, como mujer de ciencia y como mujer de fe, que si lo lograremos.